¿Eres el lobo en la historia de otro?
A veces, de manera inadvertida, nos convertimos en los antagonistas de la historia, adoptamos el papel del «lobo». En estos momentos, es crucial practicar una perspectiva cambiante. Nos convertimos en el gran lobo malo cuando expresamos algo con buena razón, decimos la verdad en voz alta o actuamos según nuestros valores. Nos convertimos en el lobo malo al interferir en las vidas de los demás y al no cumplir con lo que se suponía que debíamos hacer. Caer en la trampa de clasificar a quienes nos rodean como buenos o malos es peligroso, una trampa en la que caemos con tanta frecuencia que apenas nos damos cuenta. En una situación familiar, la madre insiste en que el niño se bañe con ella como parte de la rutina. Cuando el niño expresa el deseo de bañarse con el padre, este se encuentra entre cumplir las expectativas de la madre o apoyar al niño. Si el padre no cede ante las expectativas de la madre, será percibido como el «lobo» que interfiere en sus deseos, aunque solo intenta manejar las preferencias del niño de manera respetuosa. A menudo actuamos de acuerdo con nuestras construcciones internas sobre lo que esperamos de los demás. Ya hemos establecido lo que consideramos apropiado y respetable, lo que entendemos como nobleza o bondad. Entonces, cuando solo una parte de estas expectativas no se cumple, no dudamos en calificar a esa persona como desconsiderada, tóxica, manipuladora o incluso malvada.
El ser el lobo en la historia de otra persona es bastante común. Sin embargo, en muchos de estos casos, es esencial analizar a la persona que vive bajo esa capucha roja. En «Caperucita Roja» de Charles Perrault, la protagonista es una chica obediente que sigue las reglas en su viaje por el bosque. Sin embargo, cuando aparece el lobo, sus perspectivas cambian. Se ve cautivada por la belleza del bosque, el sonido de los pájaros, el tacto de las flores y la fragancia de ese nuevo mundo repleto de sensaciones diferentes. El lobo en la historia representa la intuición y otro lado de la naturaleza humana en toda su naturaleza salvaje.
Esta metáfora sin duda nos ayuda a entender mejor muchas de las dinámicas que encontramos cada día. Hay personas que, al igual que «Caperucita Roja» al principio de la historia, exhiben un comportamiento inflexible y regulado. Han decidido cómo deben funcionar las relaciones, cómo debe ser un buen amigo, cómo debe comportarse un compañero de trabajo y qué hace un excelente hijo o pareja. Sus mentes están programadas para buscar exclusivamente la conformidad y la uniformidad, ya que así obtienen lo que más necesitan: seguridad. Sin embargo, cuando se toca un acorde equivocado, cuando alguien reacciona, actúa o responde de manera diferente a lo esperado, entra en pánico. Esa persona se convierte de arrepentido en una amenaza, lo que comienza a causarles estrés. Una opinión contraria se percibe como un ataque, una idea diferente, un rechazo inofensivo o una decisión inesperada, los decepciona profundamente y es visto como un insulto y un deseo. Así, casi sin buscarlo y anticipándolo, nos convertimos en el «lobo de la historia», la persona que siguió su intuición y lastimó al frágil ser que vivía dentro de la capucha roja.
Existe otro lado de la historia: a menudo actuamos como «Caperucita Roja», la persona que cometió el error de inventar su propia narrativa. Diseñamos planos sobre cómo debería ser nuestra vida, cómo tener una familia ideal, cómo debería ser nuestro mejor amigo y, por supuesto, ese amor perfecto que nunca falla y se ajusta perfectamente a todas las demás partes de nuestras vidas. Solo imaginarlo nos llena de emoción, la idea nos da seguridad y luchamos por asegurarnos de que todo suceda como queremos. Sin embargo, cuando la historia deja de ser una fantasía y se convierte en realidad, todo se derrumba y, en ese momento, los lobos llegan para devorar nuestras fantasías casi imposibles. Ser el lobo en otra historia no es agradable. Puede haber o no razones tangibles por las que somos ese lobo. Sea cual sea la situación, son experiencias incómodas para todos los involucrados. Sin embargo, hay un aspecto muy básico que no podemos ignorar. En ocasiones, ser el «malo» en la historia de otra persona nos ha permitido ser el «bueno» en la nuestra. Tal vez fuimos el héroe capaz de salir de un hogar tóxico o una relación insatisfactoria, o el personaje que se atrevió a escribir el final en una historia que ya no tenía futuro.
Es nuestra responsabilidad como padres no transmitir a nuestros hijos los estereotipos clásicos de los cuentos infantiles. Como alternativa al clásico «Caperucita Roja» os recomiendo un libro encantador y original, «La ovejita que vino a cenar«. Este libro rompe con los estereotipos clásicos de los cuentos infantiles, desafiando la noción de que el lobo siempre es el villano. Steve Smallman y Joelle Dreidemy nos regalan una historia donde la empatía y la amistad transforman los roles tradicionales, mostrándonos que, a veces, aquellos que parecen feroces pueden albergar los sentimientos más tiernos. Una alternativa refrescante a los cuentos de siempre, este libro nos invita a cuestionar las expectativas preconcebidas y nos sumerge en una travesía emocionante donde la verdadera naturaleza de los personajes se revela a través del amor y la comprensión mutua. «La ovejita que vino a cenar» es un recordatorio encantador de que las apariencias pueden engañar y de que la empatía puede transformar incluso al lobo más feroz en un amigo inesperado