El cáncer victimista
Continuando con el tema principal de la entrada anterior, donde hacía referencia a ser el lobo en la historia de otro, ese otro suele ser una persona con mentalidad victimista. Aunque el título de esta entrada pueda generar controversia o rechazo, la realidad es que cuando lo vives en primera persona, te das cuenta que la sociedad actual ha elevado a estas personas a la categoría de héroes. Este es precisamente el enfoque del libro “Te Necesito”, que cuestiona los cimientos de esta nueva sociedad, y quiero ofrecer una perspectiva crítica que considero esencial para comprender la decadencia en nuestros días. El “victimismo” es una experiencia que, por desgracia, todos vivimos y compartimos en algún momento de nuestras vidas y los padres tenemos que darle la importancia que se merece. Puede que tú mismo lo seas, puede que trabajes con alguien así, puede que estés casado con alguien que tenga esta actitud, o simplemente estar vinculado de alguna manera a alguien con estas características. En mis experiencias en relaciones personales en los últimos años, he llegado a comprender que hay dos cosas que a nadie le gusta experimentar: que lo etiqueten como víctima o tener que lidiar con alguien que adopta la mentalidad de “víctima”.
El victimismo, en muchos casos, se convierte en una estrategia que parece generar a simple vista más beneficios que problemas. Esta condición le proporciona a la persona una especie de inmunidad, donde todo lo que se dice se considera verdad, todas las acciones se perciben como bien intencionadas y todos los pensamientos se interpretan como legítimos. Sin embargo, en más de un caso, este victimismo calculado, ya sea consciente o inconscientemente, en realidad encubre más bien un chantaje de dudosa ética y moralidad.
Quiero ser claro al destacar una diferencia fundamental en el concepto de “víctima”. Por un lado, está la experiencia verdadera de ser una víctima de un trauma o evento trágico en la vida, lo cual es comprensible y razonable. Por otro lado, está la mentalidad de vivir como una víctima, una actitud que predetermina la visión, respuesta e interpretaciones de situaciones y de la vida en general.
He tenido la oportunidad de conocer a personas que han enfrentado traumas reales, como el maltrato, el abuso, abandono o enfermedades, y han trabajado duramente para reconstruir sus vidas de manera productiva después de superar esas difíciles experiencias. Estas personas son héroes en mi vida, pero este texto no se centra en ellos. En cambio, mi enfoque se dirige hacia otro tipo de víctimas: aquellos que encarnan la manipulación, la impotencia y la complacencia, evitando asumir la responsabilidad por los resultados de sus vidas.
La mentalidad de víctima tiene un objetivo claro: interpretar los eventos como situaciones en las que uno resulta injustamente perjudicado, generando una sensación de impotencia frente a las circunstancias. Además, asegura que, pase lo que pase, nunca es responsabilidad propia, incluso incluyendo rasgos de personalidad que limitan la capacidad real de cambio interno. Dado que las personas actuamos de acuerdo con la forma en que perciben el mundo, una persona con esta mentalidad actuará y se percibirá a sí misma como una víctima y esto le salvaguarda de crítica ajena con la compasión y la comprensión de muchos, haga lo que haga.
Lo que la “víctima” a menudo no comprende es que este comportamiento proviene de un patrón. Como tal, ha habido mucha “práctica” que ha llevado a adoptar esta forma automática de enfrentar el mundo. Aunque no es un rasgo inmutable de la personalidad, los patrones de cualquier índole, son difíciles de romper, pero son maleables y pueden modificarse con el compromiso y esfuerzo adecuados. Lamentablemente, las personas con esta mentalidad a veces carecen de ese compromiso y esfuerzo, porque no lo han aprendido de pequeños, creando así un ciclo de retroalimentación negativa.
He comprendido que al intentar ayudar a alguien con una mentalidad de víctima, es crucial entender que esta perspectiva no es irracional ni ilegítima. Si viéramos la vida de la misma manera que ellos, es probable que actuáramos de manera similar. No creo que nadie elige adoptar esta mentalidad. La atención, simpatía y tiempo que una persona puede obtener al adoptar una mentalidad de víctima actúan como validación de que son buenas personas y que, en circunstancias distintas, actuarían de manera diferente. Esta es su realidad y una forma de preservar la imagen en medio de cualquier tipo de fracaso o mala decisión.
Un ejemplo ilustrativo es el caso de la actriz Amber Heard, quien adoptó una mentalidad de víctima al presentarse a sí misma como una persona abusada física y emocionalmente por su esposo, ganándose así la simpatía del público. Sin embargo, durante el juicio, el jurado determinó que Heard había difamado a Depp y la condenó a pagar una indemnización de 15 millones de dólares. Este veredicto dejó la reputación de Amber Heard en entredicho, evidenciando que no había sido una víctima verdadera de maltrato, sino que había estado actuando como tal, justificando y manipulando los acontecimientos, y no era la primera vez que lo hacía. Además, Heard se victimiza al lamentarse de haber perdido el juicio, argumentando que Depp tiene demasiado poder e influencia.
Esta forma de comportarse se gesta en la infancia, modelada por los padres u otros cuidadores, es una conducta aprendida socialmente. Se convierte en un mecanismo de supervivencia, la única estrategia para afrontar situaciones que no cumplen con las expectativas. Es probable que, durante la niñez, la persona haya observado cómo la táctica de adoptar una posición de víctima resultaba efectiva para obtener la aprobación y atención de los padres. Puede que hayan sido testigos de cómo sus progenitores utilizaban esta mentalidad para justificar diversas situaciones, como la falta de tiempo, una excusa asquerosamente común.
Estas son algunas preguntas clave para reflexionar sobre la dinámica familiar y evaluar si existe una mentalidad de víctima en el entorno de los más pequeños. La responsabilización de los hijos por los problemas de los padres, los conflictos familiares utilizados como pruebas de trato injusto y la exageración de situaciones son indicadores de este patrón de comportamiento. La adopción de una mentalidad de víctima puede llevar a la presentación constante de uno mismo como objeto de adversidades, buscando atención y comprensión. Reconocer estos patrones es fundamental para abordar y cambiar la dinámica familiar hacia un enfoque más saludable y equitativo para todos.
La realidad es que, cuando los padres adoptan una mentalidad “victimista”, este patrón se repite y romper con él resulta ser un desafío que no están dispuestos a reconocer ni asumir. En este ciclo, los hijos se convierten en las víctimas perfectas, siendo particularmente vulnerables y susceptibles a la manipulación, generando un problema de madurez emocional.
Lidiar con esta situación es extraordinariamente complicado, y los hijos afectados enfrentarán considerables trastornos emocionales, así como una falta profunda de afectividad en su vida adulta. Los padres con mentalidad “victimista” buscan principalmente su propio bienestar, utilizando a sus hijos como instrumentos para satisfacer sus necesidades emocionales y obtener la atención que desean. En algunos casos, intentarán eliminar cualquier obstáculo que se interponga en su camino, como por ejemplo, el otro progenitor.
Como padres, debemos identificar si esto está ocurriendo en el entorno cercano de nuestros hijos o si nosotros mismos estamos involucrados en ello. Veamos algunas señales. En primer lugar, y como la más representativa, se encuentra la visión distorsionada de la realidad. La tendencia es atribuir la culpa de todo lo que les sucede a factores externos y a otras personas, evitando así asumir cualquier responsabilidad sobre su propia vida. Además, quisiera señalar una situación común que muchos hemos observado: a veces, las expresiones desproporcionadas de felicidad por parte de una madre mientras sus hijos están serios pueden ser una forma de distorsión de la realidad. ¿No es esto acaso una manera de autoconvencerse de que la situación es más positiva de lo que realmente es? Este contraste entre la realidad percibida por la madre y la realidad experimentada por los hijos podría indicar una desconexión emocional o una falta de comprensión de las necesidades y emociones de los niños.
Otra señal es el estado del bienestar emocional de los padres, que está directamente vinculado a la atención y compasión que reciben de los demás. Solamente se sienten satisfecha cuando los demás se compadecen de sus lamentos, buscando constantemente la atención y el reconocimiento. Su victimismo se convierte en la principal herramienta para captar la atención, sin mostrar interés real en resolver sus problemas. En lugar de buscar ayuda y tomar acción para solucionar su situación, buscan compasión y protagonismo, generando un ciclo donde la atención externa se convierte en su principal objetivo.
Además, estas personas carecen de la capacidad de reflexionar y realizar autocrítica. Se muestran incapaz de examinar sus propias acciones o las circunstancias que enfrenta. Prefieren evadir la realidad, convenciéndose a sí misma de que no tiene responsabilidad en lo que le sucede, atribuyendo toda culpa a terceros. Esta incapacidad para aceptar críticas, incluso aquellas constructivas, resulta en una tendencia a alejarse de quienes intentan señalar comportamientos inapropiados.
Y por último, lo que más molesta a las personas que lidian con este tipo de individuos es la constante tendencia a culpar a los demás. Creyendo firmemente que los demás actúan de manera malintencionada, encuentran en esta creencia una forma fácil de responsabilizar a otros por todo lo negativo que les ocurre. Esta percepción distorsionada de las intenciones ajenas les proporciona una justificación para atribuir a terceros la causa de sus problemas, alimentando así su posición de víctima.
Finalmente, me gustaría recomendar encarecidamente la lectura del libro Crítica de la víctima, de Daniele Giglioli. Esta obra presenta un cuestionamiento contundente de los cimientos de la nueva ortodoxia, ofreciendo una perspectiva crítica que considero esencial para comprender el pilar fundamental de la decadencia en nuestros días: el victimismo, eso que “necesito” se define entonces como “eso que me ha sido negado”. Para Giglioli, la identidad de víctima es «cerrada e indiscutible». Se castra la capacidad de actuación sobre las propias circunstancias para dar lugar a un mundo inmutable en que la pregunta «¿qué puedo hacer?» no tiene cabida. El lamento deviene un refugio que nos evita responsabilizarnos de nuestras acciones. La calidad de víctima, es decir, el victimismo, es un lugar que se inmuniza ante cualquier crítica y garantiza la inocencia. ¿Cómo podría la víctima ser culpable, o responsable de algo? La víctima no ha hecho, le han hecho; no actúa, padece. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, y fomenta reconocimiento. En la víctima se mezclan carencia y reivindicación, debilidad y pretensión, deseo de tener y deseo de ser. No es lo que hace, sino lo que ha padecido, lo que puede perder, lo que le han quitado.